DAMOS A CONOCER LA IIDENTIDAD DE LA BUENA MUERTE

Mucho fue el empeño que pusieron nuestros mayores en forjar un estilo propio, en el que los hermanos de la Buena Muerte nos reconociéramos y por el que se nos identificara. La caballerosidad, elegancia, solemnidad y señorío que siempre distinguieron a nuestra Hermandad, conformaron la identidad propia de la Buena Muerte. Es pues, nuestro compromiso de hacerlo realidad y mantenerlo inalterado.

viernes, 20 de marzo de 2020

III DÍA DE TRIDUO Y VÍA CRUCIS AL STMO. CRISTO DE LA BUENA MUERTE Y MARÍA STMA. DE LA AMARGURA



Por tercer día consecutivo, vamos a rezar juntos para pedir al Cristo de la Buena Muerte y a la Virgen de la Amargura por todos aquellos que trabajan incansablemente por nuestra Cofradía.
Recibe, Señor, la oración que te dirijo por todos los trabajadores que necesitan de tu continua protección. Llévalos a cumplir bien sus tareas y se vean defendidos en sus legítimos anhelos. Dales coraje y energía siempre renovados al amanecer de cada día.

Hoy, además del Triduo, te ofrecemos también este Vía Crucis, el mismo que haríamos por las calles de nuestro pueblo si las circunstancias no fueran tan adversas en estos momentos. Protégenos, acompáñanos y ayúdanos.





PRIMERA ESTACIÓN

JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

Te adoramos, Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.

Pilato les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho?». Ellos gritaron más fuerte: «Crucifícalo». Y Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Jesús está solo ante el poder de este mundo y se somete hasta el final a la justicia de los hombres. Pilato se encuentra ante un misterio que no llega a comprender, se interroga y pide explicaciones. Busca una solución y llega, posiblemente, hasta el umbral de la verdad, pero decide no cruzarlo. Entre la vida y la verdad escoge la propia vida. Entre el hoy y la eternidad elige el hoy.
La muchedumbre elige a Barrabás y abandona a Jesús. La gente quiere la justicia de la tierra y opta por el justiciero: aquel que podría liberarles de la opresión y del yugo de la esclavitud. Pero la justicia de Jesús no se cumple con una revolución: pasa a través del escándalo de la cruz. Jesús desbarata cualquier plan de liberación porque toma sobre sí el mal del mundo y no responde al mal con el mal. Y esto los hombres no lo entienden. No entienden que la justicia de Dios pueda derivarse de una derrota del hombre.

Pequé, Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí
PADRE NUESTRO



SEGUNDA ESTACIÓN

JESÚS CARGA CON LA CRUZ

Te adoramos, Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.

Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacan para crucificarlo.
El miedo ha emitido la sentencia, pero no puede desvelarse y se esconde detrás de las actitudes del mundo: escarnio, humillación, violencia y burla. Ahora Jesús está revestido con sus ropas, con su sola humanidad, dolorosa y sangrante, sin púrpura, ni ningún signo de su divinidad. Y así lo presenta Pilato.
Esta es la condición de todo el que se pone a seguir a Cristo. El cristiano no busca el aplauso del mundo o la aprobación de la calle. El cristiano no adula y no dice mentiras para conquistar el poder. El cristiano acepta el escarnio y la humillación a causa del amor y de la verdad.

Pequé, Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO



TERCERA ESTACIÓN

JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

Te adoramos, Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.

Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.
Jesús es el Cordero, predicho por el profeta, que ha cargado sobre sus hombros el pecado de toda la humanidad. Se ha hecho cargo de la debilidad del amado, de sus dolores y delitos, de sus iniquidades y maldiciones. Hemos llegado al punto extremo de la encarnación del Verbo. Pero hay un punto aún más bajo: Jesús cae bajo el peso de esta cruz. ¡Un Dios que cae¡
 Jesús cae bajo el peso de la cruz, pero no queda aplastado. Cristo está allí, descartado entre los descartados, último entre los últimos. Náufrago entre los náufragos.
Dios se hace cargo de todo eso. Un Dios que por amor renuncia a mostrar su omnipotencia. Pero que así, precisamente así, caído en tierra como grano de trigo, Dios es fiel a sí mismo: fiel en el amor.

Pequé, Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO




CUARTA ESTACIÓN

JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

Te adoramos, Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.

Simeón los bendijo diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma». Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Dios ha querido que la vida venga al mundo a través del dolor del parto: a través del sufrimiento de una madre que da la vida al mundo. Todos necesitan una Madre, también Dios en el seno de una Virgen.
Ahora, a los pies del Calvario, se cumple la profecía de Simeón: una espada le atraviesa el corazón. María ve al Hijo, desfigurado y exánime bajo el peso de la cruz.

Pequé, Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO



QUINTA ESTACIÓN

JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO

Te adoramos, Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.

Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota, que quiere decir lugar de «La Calavera».
En la historia de la salvación aparece un hombre desconocido. A Simón de Cirene, un trabajador que volvía del campo, lo obligan a llevar la cruz. Y la gracia del amor de Cristo, que pasa a través de aquella cruz, actúa en primer lugar en él. Y Simón, forzado a llevar un peso a regañadientes, llegará a ser discípulo del Señor.
Cuando el sufrimiento toca a la puerta nunca es bien recibido. Se presenta siempre como una imposición, a veces incluso como una injusticia. Y nos puede encontrar dramáticamente desprevenidos.
El Cireneo nos ayuda a entrar en la fragilidad del alma humana y nos descubre otro aspecto de la humanidad de Jesús. Hasta el Hijo de Dios tuvo necesidad de alguien que lo ayudara a llevar la cruz.

Pequé, Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO



SEXTA ESTACIÓN

LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS

Te adoramos, Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.

Entre la agitada multitud que contempla la subida de Jesús al Calvario, aparece Verónica, una mujer sin rostro, sin historia. Y, sin embargo, una mujer valiente, dispuesta a escuchar al Espíritu y seguir sus inspiraciones, capaz de reconocer la gloria del Hijo de Dios en el rostro desfigurado de Jesús, y percibir su invitación: «Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el dolor que me atormenta»
El amor que encarna esta mujer nos deja sin palabras. El amor le da fuerzas para desafiar a los guardias, para atravesar la multitud, para acercarse al Señor y realizar un gesto de compasión y de fe: detener el flujo de sangre de las heridas, enjugar las lágrimas del dolor, contemplar aquel rostro desfigurado, detrás del cual se esconde el rostro de Dios.

Pequé, Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO
  


SÉPTIMA ESTACIÓN

JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

Te adoramos, Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.

Jesús cae de nuevo. Aplastado pero no aniquilado por el peso de la cruz. Una vez más, descubre su humanidad. Es una experiencia al límite de la impotencia, de vergüenza ante quienes lo afrentan, de humillación ante quienes habían esperado en él. Nadie quisiera nunca caer por tierra y experimentar el fracaso. Especialmente delante de otras personas.
Con frecuencia los hombres se rebelan contra la idea de no tener poder, de no ser capaces de llevar adelante la propia vida. Jesús, en cambio, encarna el «poder de los sin poder». Experimenta el tormento de la cruz y la fuerza salvadora de la fe. Sólo Dios puede salvarnos. Sólo él puede transformar un signo de muerte en una cruz gloriosa.
Si Jesús ha caído en tierra por segunda vez por el peso de nuestros pecados, aceptemos entonces que también nosotros caemos, que hemos caído, que aún podemos caer por nuestros pecados. Reconozcamos que no podemos salvarnos por nosotros mismos, con nuestras propias fuerzas.

Pequé, Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO



OCTAVA ESTACIÓN

JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

Te adoramos, Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.

Jesús, aunque está desgarrado por el dolor y busca refugio en el Padre, siente compasión del pueblo que lo seguía y se dirige directamente a las mujeres que lo están acompañando en el camino del Calvario. Y hace un enérgico llamamiento a la conversión.
«No lloréis por mí», dice el Nazareno, porque yo estoy haciendo la voluntad del Padre, sino llorad por vosotras por todas las veces que no hacéis la voluntad de Dios.

Pequé, Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO



NOVENA ESTACIÓN

JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

Te adoramos, Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.

Jesús cae por tercera vez. El Hijo de Dios experimenta hasta las últimas consecuencias la condición humana. Con esta caída entra aún más plenamente en la historia de la humanidad. Y acompaña en todo momento a la humanidad que sufre. «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos»
El hombre que cae, y que contempla al Dios que cae, es el hombre que puede finalmente admitir su debilidad e impotencia ya sin temor y desesperación, precisamente porque también Dios lo ha experimentado en su Hijo. Es gracias a la misericordia que Dios se ha abajado hasta este punto, hasta estar tendido en el polvo del camino.

Pequé, Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO




DÉCIMA ESTACIÓN

JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

Te adoramos, Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.
Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno.
A los pies de la cruz, bajo el crucificado y los ladrones que sufren, están los soldados que se disputan las vestiduras de Jesús. Es la banalidad del mal.
La mirada de los soldados es ajena a este sufrimiento y distante de la historia que los rodea. Parece que lo que está sucediendo no les afecta. Mientras el Hijo de Dios padece los suplicios de la cruz, ellos, sin inmutarse, siguen llevando una vida dominada por las pasiones. Esta es la gran paradoja de la libertad que Dios ha concedido a sus hijos. Ante la muerte de Jesús, cada hombre puede elegir: o contemplar a Cristo o «echar a suertes».
Es enorme la distancia que separa al Crucificado de sus verdugos. El interés mezquino por las vestiduras no les permite percibir el sentido de aquel cuerpo inerme y despreciado, escarnecido y maltratado, en el que se cumple la divina voluntad de salvación de la humanidad entera.
Pequé, Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO




UNDÉCIMA ESTACIÓN

JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

Te adoramos, Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Jesús está en la cruz, perdona a quienes lo crucifican porque no saben lo que hacen. A la derecha y a la izquierda de Jesús están los dos malhechores, probablemente dos asesinos. Estos dos malhechores interpelan al corazón de todo hombre porque muestran dos modos diferentes de estar en la cruz: el primero maldice a Dios, el segundo reconoce a Dios en esa cruz. El primer malhechor propone una salvación humana que para él significa escapar de la cruz y acabar con el sufrimiento.
El segundo malhechor propone una salvación divina que para él significa aceptar la voluntad de Dios incluso en las peores condiciones. Es el triunfo de la cultura del amor y del perdón.

Pequé, Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO




DUODÉCIMA ESTACIÓN

JESÚS MUERE EN LA CRUZ

Te adoramos, Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.

Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: «Eloi, Eloi, lamá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo». Entonces Jesús, dando un grito, expiró. El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!».
El grito de Jesús es el grito de todo crucificado en la historia, del abandonado y del humillado, del mártir y del profeta, del calumniado y del condenado injustamente, de quien sufre el exilio o la cárcel. Es el grito de la desesperación humana que desemboca, sin embargo, en la victoria de la fe que transforma la muerte en vida eterna.).
Jesús muere en la cruz. ¿Es la muerte de Dios? No, es la celebración más sublime del testimonio de la fe.

Pequé, Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO




DECIMOTERCERA ESTACIÓN

JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE

Te adoramos, Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.

Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro noble del Sanedrín, que también aguardaba el reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana.
José de Arimatea recibe a Jesús antes de haber visto su gloria. Lo recibe como un derrotado. Como un malhechor. Como un excluido. Pide el cuerpo a Pilato para impedir que sea arrojado en una fosa común. José arriesga su reputación y, tal vez también, su propia vida. La valentía de José, sin embargo, no es la audacia de los héroes en la batalla. La valentía de José es la fuerza de la fe. Una fe que se hace acogida, gratuidad y amor. En una palabra: caridad.

Pequé, Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO




DECIMOCUARTA ESTACIÓN

JESÚS ES SEPULTADO

Te adoramos, Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.

José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en su sepulcro nuevo que se había excavado en la roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó.
Mientras José sella la tumba de Jesús, él desciende a los infiernos y abre sus puertas de par en par.

Pequé, Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO

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