Por tercer día
consecutivo, vamos a rezar juntos para pedir al Cristo de la Buena Muerte y a
la Virgen de la Amargura por todos aquellos que trabajan incansablemente por
nuestra Cofradía.
Recibe, Señor, la
oración que te dirijo por todos los trabajadores que necesitan de tu continua
protección. Llévalos a cumplir bien sus tareas y se vean defendidos en sus
legítimos anhelos. Dales coraje y energía siempre renovados al amanecer de cada
día.
Hoy, además del Triduo,
te ofrecemos también este Vía Crucis, el mismo que haríamos por las calles de
nuestro pueblo si las circunstancias no fueran tan adversas en estos momentos.
Protégenos, acompáñanos y ayúdanos.
PRIMERA
ESTACIÓN
JESÚS
ES CONDENADO A MUERTE
Te adoramos,
Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí,
pecador.
Pilato les dijo: «Pues
¿qué mal ha hecho?». Ellos gritaron más fuerte: «Crucifícalo». Y Pilato,
queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de
azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Jesús está solo ante el
poder de este mundo y se somete hasta el final a la justicia de los hombres.
Pilato se encuentra ante un misterio que no llega a comprender, se interroga y
pide explicaciones. Busca una solución y llega, posiblemente, hasta el umbral
de la verdad, pero decide no cruzarlo. Entre la vida y la verdad escoge la
propia vida. Entre el hoy y la eternidad elige el hoy.
La muchedumbre elige a
Barrabás y abandona a Jesús. La gente quiere la justicia de la tierra y opta
por el justiciero: aquel que podría liberarles de la opresión y del yugo de la
esclavitud. Pero la justicia de Jesús no se cumple con una revolución: pasa a
través del escándalo de la cruz. Jesús desbarata cualquier plan de liberación
porque toma sobre sí el mal del mundo y no responde al mal con el mal. Y esto
los hombres no lo entienden. No entienden que la justicia de Dios pueda
derivarse de una derrota del hombre.
Pequé,
Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí
PADRE
NUESTRO
SEGUNDA
ESTACIÓN
JESÚS
CARGA CON LA CRUZ
Te adoramos, Cristo y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.
Terminada la burla, le
quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacan para crucificarlo.
El miedo ha emitido la
sentencia, pero no puede desvelarse y se esconde detrás de las actitudes del
mundo: escarnio, humillación, violencia y burla. Ahora Jesús está revestido con
sus ropas, con su sola humanidad, dolorosa y sangrante, sin púrpura, ni ningún
signo de su divinidad. Y así lo presenta Pilato.
Esta es la condición de
todo el que se pone a seguir a Cristo. El cristiano no busca el aplauso del
mundo o la aprobación de la calle. El cristiano no adula y no dice mentiras
para conquistar el poder. El cristiano acepta el escarnio y la humillación a
causa del amor y de la verdad.
Pequé,
Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE
NUESTRO
TERCERA
ESTACIÓN
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
Te adoramos,
Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa
Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.
Él soportó nuestros
sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido
de Dios y humillado. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la
boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca.
Jesús es el Cordero,
predicho por el profeta, que ha cargado sobre sus hombros el pecado de toda la
humanidad. Se ha hecho cargo de la debilidad del amado, de sus dolores y
delitos, de sus iniquidades y maldiciones. Hemos llegado al punto extremo de la
encarnación del Verbo. Pero hay un punto aún más bajo: Jesús cae bajo el peso
de esta cruz. ¡Un Dios que cae¡
Jesús cae bajo el
peso de la cruz, pero no queda aplastado. Cristo está allí, descartado entre
los descartados, último entre los últimos. Náufrago entre los náufragos.
Dios se hace cargo de
todo eso. Un Dios que por amor renuncia a mostrar su omnipotencia. Pero que
así, precisamente así, caído en tierra como grano de trigo, Dios es fiel a sí
mismo: fiel en el amor.
Pequé,
Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE
NUESTRO
CUARTA
ESTACIÓN
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE
Te adoramos,
Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí,
pecador.
Simeón los bendijo
diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel
caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la
actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma». Su
madre conservaba todo esto en su corazón.
Dios ha querido que la
vida venga al mundo a través del dolor del parto: a través del sufrimiento de
una madre que da la vida al mundo. Todos necesitan una Madre, también Dios en
el seno de una Virgen.
Ahora, a los pies del
Calvario, se cumple la profecía de Simeón: una espada le atraviesa el corazón.
María ve al Hijo, desfigurado y exánime bajo el peso de la cruz.
Pequé,
Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE
NUESTRO
QUINTA
ESTACIÓN
JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO
Te adoramos,
Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí,
pecador.
Y a uno que pasaba, de
vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo
forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota, que quiere decir
lugar de «La Calavera».
En la historia de la
salvación aparece un hombre desconocido. A Simón de Cirene, un trabajador que
volvía del campo, lo obligan a llevar la cruz. Y la gracia del amor de Cristo,
que pasa a través de aquella cruz, actúa en primer lugar en él. Y Simón,
forzado a llevar un peso a regañadientes, llegará a ser discípulo del Señor.
Cuando el sufrimiento
toca a la puerta nunca es bien recibido. Se presenta siempre como una
imposición, a veces incluso como una injusticia. Y nos puede encontrar
dramáticamente desprevenidos.
El Cireneo nos ayuda a
entrar en la fragilidad del alma humana y nos descubre otro aspecto de la
humanidad de Jesús. Hasta el Hijo de Dios tuvo necesidad de alguien que lo
ayudara a llevar la cruz.
Pequé,
Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE
NUESTRO
SEXTA
ESTACIÓN
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
Te adoramos,
Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí,
pecador.
Entre la agitada multitud
que contempla la subida de Jesús al Calvario, aparece Verónica, una mujer sin
rostro, sin historia. Y, sin embargo, una mujer valiente, dispuesta a escuchar
al Espíritu y seguir sus inspiraciones, capaz de reconocer la gloria del Hijo
de Dios en el rostro desfigurado de Jesús, y percibir su invitación: «Vosotros,
los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el dolor que me
atormenta»
El amor que encarna
esta mujer nos deja sin palabras. El amor le da fuerzas para desafiar a los
guardias, para atravesar la multitud, para acercarse al Señor y realizar un
gesto de compasión y de fe: detener el flujo de sangre de las heridas, enjugar
las lágrimas del dolor, contemplar aquel rostro desfigurado, detrás del cual se
esconde el rostro de Dios.
Pequé,
Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE
NUESTRO
SÉPTIMA
ESTACIÓN
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
Te adoramos,
Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí,
pecador.
Jesús cae de nuevo.
Aplastado pero no aniquilado por el peso de la cruz. Una vez más, descubre su
humanidad. Es una experiencia al límite de la impotencia, de vergüenza ante
quienes lo afrentan, de humillación ante quienes habían esperado en él. Nadie
quisiera nunca caer por tierra y experimentar el fracaso. Especialmente delante
de otras personas.
Con frecuencia los
hombres se rebelan contra la idea de no tener poder, de no ser capaces de
llevar adelante la propia vida. Jesús, en cambio, encarna el «poder de los sin
poder». Experimenta el tormento de la cruz y la fuerza salvadora de la fe. Sólo
Dios puede salvarnos. Sólo él puede transformar un signo de muerte en una cruz
gloriosa.
Si Jesús ha caído en
tierra por segunda vez por el peso de nuestros pecados, aceptemos entonces que
también nosotros caemos, que hemos caído, que aún podemos caer por nuestros
pecados. Reconozcamos que no podemos salvarnos por nosotros mismos, con
nuestras propias fuerzas.
Pequé,
Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE
NUESTRO
OCTAVA
ESTACIÓN
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE
JERUSALÉN
Te adoramos,
Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí,
pecador.
Jesús, aunque está
desgarrado por el dolor y busca refugio en el Padre, siente compasión del
pueblo que lo seguía y se dirige directamente a las mujeres que lo están
acompañando en el camino del Calvario. Y hace un enérgico llamamiento a la
conversión.
«No lloréis por mí»,
dice el Nazareno, porque yo estoy haciendo la voluntad del Padre, sino llorad
por vosotras por todas las veces que no hacéis la voluntad de Dios.
Pequé,
Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE
NUESTRO
NOVENA
ESTACIÓN
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Te adoramos,
Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí,
pecador.
Jesús cae por tercera
vez. El Hijo de Dios experimenta hasta las últimas consecuencias la condición
humana. Con esta caída entra aún más plenamente en la historia de la humanidad.
Y acompaña en todo momento a la humanidad que sufre. «Yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el final de los tiempos»
El hombre que cae, y
que contempla al Dios que cae, es el hombre que puede finalmente admitir su
debilidad e impotencia ya sin temor y desesperación, precisamente porque
también Dios lo ha experimentado en su Hijo. Es gracias a la misericordia que
Dios se ha abajado hasta este punto, hasta estar tendido en el polvo del
camino.
Pequé,
Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE
NUESTRO
DÉCIMA
ESTACIÓN
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Te adoramos,
Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí,
pecador.
Después lo
crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver
qué le tocaba a cada uno.
A los pies de la cruz,
bajo el crucificado y los ladrones que sufren, están los soldados que se
disputan las vestiduras de Jesús. Es la banalidad del mal.
La mirada de los
soldados es ajena a este sufrimiento y distante de la historia que los rodea.
Parece que lo que está sucediendo no les afecta. Mientras el Hijo de Dios
padece los suplicios de la cruz, ellos, sin inmutarse, siguen llevando una vida
dominada por las pasiones. Esta es la gran paradoja de la libertad que Dios ha
concedido a sus hijos. Ante la muerte de Jesús, cada hombre puede elegir: o
contemplar a Cristo o «echar a suertes».
Es enorme la distancia
que separa al Crucificado de sus verdugos. El interés mezquino por las
vestiduras no les permite percibir el sentido de aquel cuerpo inerme y
despreciado, escarnecido y maltratado, en el que se cumple la divina voluntad
de salvación de la humanidad entera.
Pequé,
Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE
NUESTRO
UNDÉCIMA
ESTACIÓN
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
Te adoramos,
Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí,
pecador.
Uno de los malhechores
crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo
y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de
Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente,
porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió:
«Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Jesús está en la cruz,
perdona a quienes lo crucifican porque no saben lo que hacen. A la derecha y a
la izquierda de Jesús están los dos malhechores, probablemente dos asesinos.
Estos dos malhechores interpelan al corazón de todo hombre porque muestran dos
modos diferentes de estar en la cruz: el primero maldice a Dios, el segundo
reconoce a Dios en esa cruz. El primer malhechor propone una salvación humana
que para él significa escapar de la cruz y acabar con el sufrimiento.
El segundo malhechor
propone una salvación divina que para él significa aceptar la voluntad de Dios
incluso en las peores condiciones. Es el triunfo de la cultura del amor y del
perdón.
Pequé,
Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE
NUESTRO
DUODÉCIMA
ESTACIÓN
JESÚS MUERE EN LA CRUZ
Te adoramos,
Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí,
pecador.
Al mediodía, se
oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús
exclamó en alta voz: «Eloi, Eloi, lamá sabactani», que significa: «Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Algunos de los que se encontraban allí,
al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». Uno corrió a mojar una esponja en
vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: «Vamos
a ver si Elías viene a bajarlo». Entonces Jesús, dando un grito, expiró. El
velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el
centurión que estaba frente a él, exclamó: «¡Verdaderamente, este hombre era
Hijo de Dios!».
El grito de Jesús es el
grito de todo crucificado en la historia, del abandonado y del humillado, del
mártir y del profeta, del calumniado y del condenado injustamente, de quien
sufre el exilio o la cárcel. Es el grito de la desesperación humana que
desemboca, sin embargo, en la victoria de la fe que transforma la muerte en
vida eterna.).
Jesús muere en la cruz.
¿Es la muerte de Dios? No, es la celebración más sublime del testimonio de la
fe.
Pequé,
Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE
NUESTRO
DECIMOTERCERA
ESTACIÓN
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
Te adoramos,
Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí,
pecador.
Al anochecer, como era
el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro
noble del Sanedrín, que también aguardaba el reino de Dios; se presentó
decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Este compró una sábana y,
bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana.
José de Arimatea recibe
a Jesús antes de haber visto su gloria. Lo recibe como un derrotado. Como un
malhechor. Como un excluido. Pide el cuerpo a Pilato para impedir que sea
arrojado en una fosa común. José arriesga su reputación y, tal vez también, su
propia vida. La valentía de José, sin embargo, no es la audacia de los héroes
en la batalla. La valentía de José es la fuerza de la fe. Una fe que se hace
acogida, gratuidad y amor. En una palabra: caridad.
Pequé,
Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE
NUESTRO
DECIMOCUARTA
ESTACIÓN
JESÚS ES SEPULTADO
Te adoramos,
Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí,
pecador.
José, tomando el cuerpo
de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en su sepulcro nuevo que se
había excavado en la roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y
se marchó.
Mientras José sella la
tumba de Jesús, él desciende a los infiernos y abre sus puertas de par en par.
Pequé,
Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.
PADRE
NUESTRO
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